ESTUDIOS SOBRE EL FOLIO EN BLANCO
Érase una vez un mundo bidimensional. Un mundo plano, que no
tenía sombras. Hablamos de Margibro, un país al norte de lo ignorado. Un lugar
que habita en las hojas de libreta y en los pergaminos. Sus autóctonos, los
margibronianos, son buena gente, muy diferente entre sí, pero todos siempre
han, son y serán los mejores constructores de escaleras, pues deben hacerlo
para poder sobrepasar al resto, pero eso es algo que ellos llaman hobby.
Fundado en el amor de dos pueblos, Marg e Ibro, que
guardaron la originalidad para su existencia. Nunca apoyaron a los reyes ni
reinas, pues no querían desafiar a la eternidad. Nacieron sin poder sentir,
pero pudieron aprender, pues comprendieron que no hay cosa más peligrosa que un
pueblo con esperanza.
Margibro no es una ciudad de paso. Ahí, las palabras se
quedan para juntarse y relacionarse con esos singulares pobladores, a veces,
incluso se van de cervezas juntos y se cuentan las mejores anécdotas, aquellas
que son intrínsecas a su existencia y es así como los margibronianos
consiguieron ser los seres más sabios de la historia, pues conocieron de
primera mano la tinta de Goethe, Shakespeare o Cervantes entre otros. En
cambio, los seres que eran cortos de existencia se divertían columpiándose en
las funciones matemáticas.
Este es un lugar delicioso para cualquier mano, pues la
primera casa en este paraje es infinita mientras que la última no existe. Aquí,
habita la cultura, pero los profetas dicen que algún día de tanto poseer le
estallaría la cabeza.
No obstante, los margibronianos tenían también su propia
religión y ciencia, sus propias metas y aspiraciones. Alaban a una extraña
figura que siempre desprende luz, aquella figura que sobre cualquier fondo,
jamás pierde su característico brillo. La adoran porque nunca pierde su
característica forma, perfectamente redonda, además, ella, siempre se viste de
contraste, para lucirse mejor. Es la única cosa que han visto con volumen, ante
la que siempre se mostraban, pues sabían que no les hará daño. Pintores,
poetas, escritores, ninguno plasmaba su singular contorno y quien logra
conseguirlo queda tildado de loco y condenado a la pobreza por siempre. Dicese,
que uno de ellos, Fólicus, filósofo y poeta, le juró amor eterno, pero gracias
a la locura de su amor se lanzó a lo que creyó ser el infinito, pero que
terminó siendo un margen y acabó vagando en el olvido de su deseo, hasta que el
látigo de su paciencia le dio muerte.
Por otra parte, es también esta figura la que consigue que
los científicos estén en mala consideración. El egocentrismo y codicia de la
ciencia les pudo a estos seres, tanto que decidieron mandar un gran cohete para
poder conversar con ella, pero el defecto de su existencia les jugó una mala
pasada y terminó estrellándose contra su suelo. Esto provocó una gran
revolución y enfado y desde entonces, Margibro decidió vivir solamente un
idilio interminable con ella.
Aparte de esto, este país también ha sufrido guerras y
batallas incontestables, pues juró el odio y destrucción a la sombra, una
visitante maligna, que pese a su aleatoriedad siempre conseguía sembrar el caos
y la invisibilidad. El rencor se quemaba entres estos aldeanos, pero que
aprendieron, en un mundo en el que un suspiro se hace nefasto, a combinarse con
la eternidad y en el fondo de su cuerpo negro lograban reflejarse cual espejo,
para así nunca perderse en el camino de vuelta a casa.
Siempre viven con miedo a ser arrugados, a ver quebrar sus
cuerpos en las puntas de su espacio. Pues siempre les da la mano para guiarles
en la vida, que combinados, consiguen la felicidad.
Como todo buen país, Margibro quería expandirse ya que
cansados de su particular transparencia ahora solo buscaban lo desconocido,
como fluir pos las angustiadas gargantas, entrar y bailar en tímpanos o volar
por el suelo desde eso a lo que otros llamaban ojos. Pero claro, eso ya es otra
historia.