domingo, 12 de mayo de 2013


ESTUDIOS SOBRE EL FOLIO EN BLANCO

Érase una vez un mundo bidimensional. Un mundo plano, que no tenía sombras. Hablamos de Margibro, un país al norte de lo ignorado. Un lugar que habita en las hojas de libreta y en los pergaminos. Sus autóctonos, los margibronianos, son buena gente, muy diferente entre sí, pero todos siempre han, son y serán los mejores constructores de escaleras, pues deben hacerlo para poder sobrepasar al resto, pero eso es algo que ellos llaman hobby.
Fundado en el amor de dos pueblos, Marg e Ibro, que guardaron la originalidad para su existencia. Nunca apoyaron a los reyes ni reinas, pues no querían desafiar a la eternidad. Nacieron sin poder sentir, pero pudieron aprender, pues comprendieron que no hay cosa más peligrosa que un pueblo con esperanza.
Margibro no es una ciudad de paso. Ahí, las palabras se quedan para juntarse y relacionarse con esos singulares pobladores, a veces, incluso se van de cervezas juntos y se cuentan las mejores anécdotas, aquellas que son intrínsecas a su existencia y es así como los margibronianos consiguieron ser los seres más sabios de la historia, pues conocieron de primera mano la tinta de Goethe, Shakespeare o Cervantes entre otros. En cambio, los seres que eran cortos de existencia se divertían columpiándose en las funciones matemáticas.
Este es un lugar delicioso para cualquier mano, pues la primera casa en este paraje es infinita mientras que la última no existe. Aquí, habita la cultura, pero los profetas dicen que algún día de tanto poseer le estallaría la cabeza.
No obstante, los margibronianos tenían también su propia religión y ciencia, sus propias metas y aspiraciones. Alaban a una extraña figura que siempre desprende luz, aquella figura que sobre cualquier fondo, jamás pierde su característico brillo. La adoran porque nunca pierde su característica forma, perfectamente redonda, además, ella, siempre se viste de contraste, para lucirse mejor. Es la única cosa que han visto con volumen, ante la que siempre se mostraban, pues sabían que no les hará daño. Pintores, poetas, escritores, ninguno plasmaba su singular contorno y quien logra conseguirlo queda tildado de loco y condenado a la pobreza por siempre. Dicese, que uno de ellos, Fólicus, filósofo y poeta, le juró amor eterno, pero gracias a la locura de su amor se lanzó a lo que creyó ser el infinito, pero que terminó siendo un margen y acabó vagando en el olvido de su deseo, hasta que el látigo de su paciencia le dio muerte.
Por otra parte, es también esta figura la que consigue que los científicos estén en mala consideración. El egocentrismo y codicia de la ciencia les pudo a estos seres, tanto que decidieron mandar un gran cohete para poder conversar con ella, pero el defecto de su existencia les jugó una mala pasada y terminó estrellándose contra su suelo. Esto provocó una gran revolución y enfado y desde entonces, Margibro decidió vivir solamente un idilio interminable con ella.
Aparte de esto, este país también ha sufrido guerras y batallas incontestables, pues juró el odio y destrucción a la sombra, una visitante maligna, que pese a su aleatoriedad siempre conseguía sembrar el caos y la invisibilidad. El rencor se quemaba entres estos aldeanos, pero que aprendieron, en un mundo en el que un suspiro se hace nefasto, a combinarse con la eternidad y en el fondo de su cuerpo negro lograban reflejarse cual espejo, para así nunca perderse en el camino de vuelta a casa.
Siempre viven con miedo a ser arrugados, a ver quebrar sus cuerpos en las puntas de su espacio. Pues siempre les da la mano para guiarles en la vida, que combinados, consiguen la felicidad.
Como todo buen país, Margibro quería expandirse ya que cansados de su particular transparencia ahora solo buscaban lo desconocido, como fluir pos las angustiadas gargantas, entrar y bailar en tímpanos o volar por el suelo desde eso a lo que otros llamaban ojos. Pero claro, eso ya es otra historia.   

VENGANZA SIN MUERTE

A Laura Farina le quedaba una eternidad para seguir doliéndose por el cuchillazo atestado.
Una mujer que nunca nació porque siempre había existido. Una mujer que vio morir a tantos maridos que ya no lloraba, solo se le fundían por la fría melancolía. Se arrepentiría por siempre, pues la única flor que pudo ver le costaría la pérdida de un rastro milenario.
Laura Farina siempre fue la típica mujer que no decía lo que sentía, pues solo lo hacía cuando no quería hacerlo, pues siempre intento arrancarse el corazón a mordiscos pero se dio cuenta de que aquello le dolía. Hasta que hubo un momento de su vida en el que ese corazón le fue útil por darle armas contra el muro de la vida. Dicese, que de su historia, solo contaba las mejores anécdotas, sobre todo las que provocaba entre sus esclavos. Pero seguro que jamás hubo alguna batalla similar a la que mantuvieron Merlín y Melquiades, la cual ganaría al que le creciesen más altas y más fuertes las palmeras de sus huertos. Por supuesto, Melquiades, entrenado en más de una batalla similar supo que ya tenía perdida su particular batalla con Laura, y a traición mato a Merlín. Ella, le juró la muerte y lo persiguió hasta la locura, pues su castigo comenzó cuando arrojó el cadáver por un precipicio al que le seguía su alma. Melquiades, en cambio, se dedicó a la química con tal de revivir la llama de su amor.
Lloraba y se dolía por las noches, sin poder dormir por las lágrimas de su almohada, que se filtraban en la bolsa del rencor. A Laura Farina le esperaban muchas noches como aquellas, cierto es que deseo a otros, pero nunca tanto como a él.
En una de esas puestas de sol, mientras se enroscaba sobre los mantos de su pasado en cualquier hostal de Singapur, los aires de infravaloración le llevaron nuevas sobre Melquiades. Un contacto suyo, senador, estaría usando su magia con tal de impresionar a los autóctonos de aquel lugar, Rosal Del Virrey. Un pueblo que de día parecía estar construido con la árida arena de su suelo, pues los cuervos lo evitaban por miedo a cocerse. Mientras que por la noche, se vestía con la corrupción y el fino rocío de la luna, como una flor que conserva su piel hasta la primavera.
Dejó Singapur por siempre, sin dar importancia a los orientales paisajes de China. Voló hasta aquel lugar y allí se quedó, esperando a la muerte de aquel contacto porque jamás tuvo lo que quiso. Aquel hombre, por el que sintió compasión ya que se regodeaba en tener el conocimiento de la fecha de su muerte. Ella se la hubiera dado de buena gana si no lo hubiera hecho la naturaleza, pues su empatía le colgaba al hombre de los pulmones y con una simple señal los ahogaría. Eso quería ella, tener en los labios la fecha de su muerte con tal de que su dolor se lo llevase el aire. El hombre no dijo nada, se llevó el secreto a la tumba mientras podía escuchar la voz de aquella mujer que lo acariciaba, una voz que terminó convirtiéndose en su particular himno.