lunes, 11 de noviembre de 2013

El árbol de mi parque

El árbol de mi parque,
verde y robusto amaderado
capaz de verlo desde el tejado
siempre tiene algo que contarme.
El resto lo envidian,
alto, como ningún otro,
considerado pieza divina
con la paciencia como mejor logro,
crece y crece sobre el paseo,
en la tierra y asfalto,
que consiguen alto elevarlo
y ver del resto, sus deseos,
pues su corona le permite,
retar al sol en noches de luna,
romper el cielo con su verde espuma,
siempre en el parque.
Sus ramajes en todas direcciones,
paraguas de luces y sombras
abarcas todas dimensiones
aunque no las nombras.
Tus raíces son profundas,
amadas por la tierra que pisas
trayectoria curva describen
lo que las rocas de mi parque deciden,
eres cobijo de flora y fauna,
el más viejo escondite,
de muchas aves eres cuna
mientras mis ojos te persiguen,
marrón tu corteza salvaje,
verde son tus hojas,
que no te abandonan del camuflaje
ni cuando son rojas.
Pero el árbol en mi parque
ve decrecer a los habitantes,
ve morir a sus parientes
sin palabra para quejarse,
mueren asfixiados en la tierra,
sus ramas se esconden
sin ser bienvenidas en la hierba,
por no haber lugar que adornen.
En la soledad de su figura,
su alrededor se derrumba,
condenado por su condición
a la melancolía más absurda,
las gotas del cielo,
entonan tu apagada corteza,
yo procuré quererlo
pero morirá de tristeza
cuando el invierno lo desnude,
deje solo su esqueleto,
morirá de su sollozo sincero
por abandonar su cumbre,
y lejos, estrellas y dioses
serán testigos de que vieron
un jardín nacido a voces,
prospero para cada compañero
que desgraciadamente perecieron
si haber sabido de rencores.

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